sábado, 24 de mayo de 2008

A todo volumen


Gracias al pentagrama, a la gramola, a Bethoven, a Verdi, a las blancas y a las corcheras. Gracias a los silencios, al pinchadiscos, a los Beatles y a los Sex Pistols. Gracias a la radio, a los festivales de música, a los vinilos, los mp3 y a los Ipod. Gracias a todos ellos por elevar nuestras almas y hacer vibrar nuestros pies.

Como dice Andrea Bocceli con una senzillez apabullante, la música es la vida. Que se lo digan al que está solo en su habitación y siente un impulso irremediable hacia la rueda del volumen para escuchar bien alto una de sus canciones favoritas. A aquél que comparte miradas cómplices y sudor en una caldeada pista de baile. A la que anda por la calle y sus auriculares le hacen pertenecer a una dimensión diferente a la del resto de viandantes. Yo soy el solitario del dormitorio, el bailarín de la velada más gamberra, esa transeúnte incomunicada. La canción más rara, triste o melancólica me da flojera y me cierra suavemente los los ojos. Un tema alegre, abulta mi el pecho y me dibuja una sonrisa en el rostro. Sea como sea, el corazón hace de caja de resonancia. ¿Quién necesita drogas cuando puedes recorrer estos y otros matices sólo con una melodía?

Pero reducir mi reflexión sobre la música a los sentimientos, los latidos y al placer de los sentidos sería insuficiente. Para mi, un acorde, una base o un estribillo pueden ser suficientes para caer rendida a los pies de un artista. No sólo para entregarle mi cuerpo y mi alma. Sino porque estimula mis ganas de aprender. De investigar sobre su carrera, sus aportaciones, su estilo, sus mejores sonidos. Es como probar nuevos platos, nuevos sabores. Parecido a visitar nuevos lugares. Además, no arrincono ningún estilo. Me gusta saborear el rock y todos sus derivados, el pop, la música negra, la electrónica. Disfruto con los éxitos de los sesenta y setenta, con el disco, con la música clásica y hasta con las rancheras. Aunque eso sí, la música country y algunos estilos machacones me chirrían, no he sido del todo sincera con eso de no descartar ningún género musical. Todos tenemos manías. También huyo de la música comercial, pero hasta uno de los cuarenta principales tienta a veces a mis oídos.

Dicen que en la era tecnológica en que vivimos, los nuevos aparatos llegan a ser un órgano más de nuestro cuerpo. Ahí tenemos a los antiguos disc-man y los reproductores mp4 más novedosos. Pero la música consigue lo contrario: que nosotros seamos una prolongación de su compás. La música es materia de estudio, lenguaje universal, tema de conversación, evocación de recuerdos, motivo de evasión, negocio. Hit o fracaso. Movimiento de masas o una revolución. Platón dijo que la música es para el cuerpo lo que la gimnasia es para el alma. Y Nietzsche que la vida sin música seria un error. Yo transcribo una de las letras de Pink porque, sin ser del todo ambiciosa, cuaja como una buena doctrina para melómanos: “Dios es un dj, la vida una pista de baile, el amor es el ritmo, tú eres la música”. Amén.

LAURA RIBES

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