lunes, 12 de mayo de 2008

Del derecho a la no lectura, el horóscopo y los buenos amigos

¿Y qué haces estudiando periodismo? Es la respuesta –o más bien pregunta- unánime que encuentra mi amigo Álvaro en cualquier ser vivo, ya sea animal, vegetal o humano, al que le comenta que no le gusta mucho eso de leer. Y no es porque no lo haya visto en casa, como reza el último eslogan de la campaña del ministerio de educación, ni porque no le hayamos repetido hasta la saciedad que es muy bueno, que así se culturiza uno mucho, ni porque... Pero lo siento, no puede. Es coger un libro y venírsele el mundo encima. Las piernas le tiemblan, el estómago se le encoge y hasta se le desliza por la frente alguna gota de sudor frío. Y es que como mi amigo, hay muchísimos jóvenes que están mucho más pendientes de cuantas hojas les quedan para terminar el capítulo y con él su tarea diaria, que de divertirse, aprender, disuadirse, o cualesquiera que sea el objeto del libro que tienen entre manos.

La verdad es que esta deshonrosa afición por la no lectura, es una parte que no encaja con el resto de mi vida –ay, perdonen, de la de mi amigo quería decir. Siempre ha sido el mejor de la clase, sobre él ha recaído siempre el apodo universalizado de “empollón” –aunque le gustara el deporte, no llevara gafas ni aparato (eso ha venido después)- y hasta se ha hartado de ganar premios en concursos literarios. Pero que se le va a hacer, leer no le va.

Sé que sus gustos no son muy populares en el ámbito académico, ya no sólo entre el profesorado, sino también entre la mayoría de sus compañeros de clase. A lo largo de los dos primeros cursos de periodismo han intentado que comprendamos que leer es uno de los mejores modos de no dejarse alienar. Que la cultura audiovisual imperante en este nuevo siglo ha sido creada con el objeto de narcotizar a las masas y manejarlas a su antojo. Y puede que en cierta medida esto sea cierto. Aunque Álvaro cree que no leer no significa necesariamente ser un ser tonto y manejable. El escritor y profesor de periodismo, Enric Sòria, después de asegurar en su artículo Un món que s’abandona (El País 17/10/05) que sus estudiantes “no es que no lean libros, es que no leen”, habla de ellos del siguiente modo: “Miro a mis alumnos. Me gustan. A menudo aprendo de ellos, de sus puntos de vista, de sus aspiraciones. Son jóvenes, tienen gracia y energía. Son espabilados”.

La salida más fácil para este artículo hubiese sido obviar la opinión de mi amigo, ponerme correcto y defender la postura más protocolaria, la que se supone que debe adoptar, si no tanto un estudiante en general, sí alguien cuya futura profesión es la comunicación. Pero si desde que va al instituto, Álvaro solo se ha leído un libro por placer –Misteri al parc d’atraccions se llamaba, gran libro me comenta- no puede ser tan hipócrita de defender a ultranza la lectura. Puede y debe estar de acuerdo en lo enriquecedor y beneficioso de ella, pero no en la imposición a la fuerza o en una alarma generalizada por la falta de interés que despierta entre los estudiantes.

Tal vez escribo esto –recuerden, siempre en nombre de mi amigo- porque ya ha sido contagiado con el virus de la narcotización promulgado por una cultura audiovisual basada en la desinformación –según algunos estudiosos en su opinión algo amargados de tanto leer. Pero bueno, no hay que ser alarmistas, tampoco mi colega es tan radical. Todos los días se compra el Superdeporte, ojea el Marca en Internet y se pasea por algunos foros deportivos. Y ya para rematar la faena, si además cae entre sus manos algún periódico gratuito, el horóscopo lo lee seguro.

Andreu Moreno

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