domingo, 18 de mayo de 2008

Elegy, el toquede de Coixet

Género: Drama

Directora: ISABEL COIXET

Guionista: NICHOLAS MEYER

Intérpretes: PENÉLOPE CRUZ , DENNIS HOPPER , BEN KINGSLEY , DEBORAH HARRY , PATRICIA CLARKSON , PETER SARSGAARD

Duración: 108 minutos

Compañía: ON PICTURES

Nacionalidad: Estados Unidos

Año de estreno: 2008


Elegy es una de esas películas que al principio parecen un caso más de guión prototípico, el trillado affaire entre una joven estudiante y su intelectual profesor de universidad que le saca treinta años de edad. Pero luego, según van discurriendo los minutos, los diálogos intensos e íntimos, parece reconvertirse, reinventar el argumento y hacerlo nuevo. Elegy es más que una historia de amor desgastada, es un discurso sobre la belleza, la erótica y el dolor, entremezclado con la arrolladora fuerza de las emociones y agitado por la sombra oscura del paso del tiempo.
Quizás no es una gran historia, pero es una historia bien contada; o mejor, bien filmada.
Isabel Coixet parece haber dejado atrás el cine de cartón piedra, de perfección publicitaria de hace un tiempo y ha intentado brindarnos una narración tremendamente dramática al tiempo que creíble. Esta vez, que ha dejado el guión en manos de Nicholas Meyer, ha convencido más a la crítica. La directora se ha adueñado del autobiográfico cuento El animal moribundo, de Philip Roth, lo ha modelado, lo ha rehecho a su medida y nos lo ha devuelto oliendo a ella. La cinta lleva la firma de la catalana en su intimismo, en los planos elegantes y en el cuidado por esos detalles sutiles que matizan la escena. En el fondo son esas las características que definen su cine, sólo que ahora ha sabido proyectarlas mejor.
Es posible que la adaptación de la novela para la gran pantalla haya matado la identidad de El animal moribundo, que se haya convertido en otra cosa, pero, desde luego, eso nos ha librado de escenas soeces de sexo explícito, palabras ordinarias y otras ramplonerías.
Sin embargo, lo mismo que hace grande el relato también es lo que lo estropea. Unas pocas veces el artificio se rompe consecuencia de de un exceso de romanticismo y algodones. O sea, de un exceso de Coixet. En ciertos momentos la sensibilidad degenera en sensiblería que acaba por hacer incongruente el debate interno del protagonista, que debe elegir entre el sexo y el amor, entre la responsabilidad o la inmadurez, entre aceptar la realidad o crearse una propia.
Ese toque ha hecho perder a los personajes profundidad, pasión, irracionalidad. Ha creado unos personajes de sentimientos difuminados y ablandados, que a veces no casan con la violencia de las emociones en que nos pretende involucrar el guión. Con todo, Ben Kingsley hace una interpretación deslumbrante, y lleva de la mano a una Penélope Cruz que va creciendo al ritmo de la intensidad de los hechos.


IRENE FRANCÉS RICO

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